martes, 22 de octubre de 2019

Leyendas o historias originarias del lugar

Real del Monte, el pequeño Pueblo Mágico perteneciente al Estado de Hidalgo, guarda historias que pocas personas conocen. La leyenda de la aparecida en Real del Monte De acuerdo a la página oficial de Real del Monte, esta leyenda data del año 1951, y trata acerca de la aparición de una mujer vestida de negro en la carretera que va de Real del Monte a Pachuca. La aparición resulta un tanto misteriosa, pues existen muchas historias de "fantasmas" que se aparecen en las carreteras, sin embargo, en todas ellas se debe a que generalmente en un fuerte accidente, alguien murió en el lugar. En el caso de la aparecida de Real del Monte, es muy diferente, pues en el lugar donde se aparece, no se tiene registro de ningún accidente en donde haya muerto una mujer. Los mineros que laboran en la Mina la Purísima de Mineral del Monte relacionan a la mujer con la muerte del Ingeniero J. J. Clifford, quien sí murió en ese lugar en un aparatoso accidente; inclusive en su memoria mandaron construir un monumento. La mujer de negro suele aparecerse en las madrugadas frías y de mucha niebla, siempre en el mismo lugar y a los conductores que viajan solos. La historia que relata Don Refugio Fragoso, le ocurrió una madrugaba que regresaba a Pachuca, y justo en el lugar donde se encuentra el monumento al Ing. Clifford, pues vio a una mujer vestida de negro y con un velo en la cabeza que hacía señas. Don Refugio supuso que el auto de aquella dama había sufrido un imperfecto, por lo que le ofreció ayuda; ella subió a la parte trasera de su auto y pidió que la llevara frente al panteón inglés ubicado en Real del Monte. El amable chofer dio la vuelta y regresó al pueblo de donde procedía. Cuando llegaron al lugar de destino la mujer de negro descendió del auto indicando a Don Refugio que la esperara. Lo que vio Don Refugio hizo que se le paralizara el corazón, arrancó el auto de inmediato y abandonó el lugar de la forma más rápida que pudo... la aparecida de la carretera había traspasado las rejas del panteón desapareciendo mientras caminaba.
El cerro del Judío El hombre normalmente vestía de negro: jubón, calzas y medias. Cuando arreciaba el frío, un capote ferreruelo; no más, pues aun el calzado de cuero no tenía hebillas. Y si llovía, protegíase con un manteo cada vez más viejo. La cabeza cubierta con un gorro de piel y acaso, lo blanco de mínima golilla alrededor del cuello, era la nota clara del atuendo. Alto, largo muy largo de tan flaco; amarillento de tez y de grandes ojos luminosos y oscuros, la barba cana como las espesas cejas y el bigote. Tal era aquel don Rodrigo de Lucena o de Lucerna, el caballero que trabajaba sin descanso en los libros de cuentas de la encomienda de minas en la casa de la Maestranza. Cuidadosísimo, jamás tuvo equívocos; y en aquel pueblecito real, que llaman Del Monte -real por serlo de minas de oro y plata, y del monte por estar entre verdes montañas- don Rodrigo tenía buena fama, porque era bueno, si bien de poquísimas palabras. Vivía en lo más elevado de la cima más elevada del Real: solo; y nadie sabía cómo. Cuando administradores y gambusinos almorzaban, él lo hacía también, pero sacaba de su alforja alimentos que no convidaba, ni aceptaba nada tampoco. ¿Quién le lavaba, le condimentaba su comida, lo asistía? ¡Pero si parecía no enfermarse ni de calentura siquiera! Los viernes se desaparecía y andaba rumbo a Pachuca, el Real mayor, porque según se creía ahí vivían su mujer e hijos. El domingo ya estaba de regreso. Se le veía con un misal, porque daba pintas de devoto: quizá de Nuestro Padre Jesús. Un día hubo escándalo en Real del Monte. Don Rodrigo fue preso por el Santo Oficio, ¡por judío converso, pero practicante de la ley de Moisés! Y aquel cerro en donde vivía aún lo recuerda porque ahí estuvo su casa, después confiscada y todos lo llaman: el Cerro del Judío.

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